miércoles, noviembre 23, 2005

Polaroid

El otoño se había colado en su buhardilla. Esperó media horas por si el teléfono sonaba y después empezó a llorar bolas de mercurio. Eva se tiró sobre la moqueta de la habitación, aún caliente y húmeda, y empezó a contar cocodrilos. Un cocodrilo, dos cocodrilos, tres cocodrilos... Al mismo tiempo, iba pasando las hojas color chocolate de un álbum a 30 grados del corazón.

Dicen que cuando vas a morir, ves pasar tú vida como si de una película se tratase. Ella no sabía cuando ocurriría aquello, así que como una costumbre más, adquirió el hábito de comprar palomitas en el supermecado cada semana. Y el puto dependiente siempre le decía: espero que te guste la película.

cuatro cocodrilos, cinco cocodrilos

Aún siguen entrando rayos de sol por la ventana. En la puerta, aparece ahora un vigilante que impedirá a los minutos avanzar (seis cocodrilos, seis cocodrilos, seis cocodrilos), mientras ella, en cuclillas, descalza, con sus medias de colores y sus coletas pelirrojas, recorta los frutos secos, porque nunca le gustaron, pega gominolas allí donde puede, colorea las paredes que de pequeña le estaban vetadas y coloca pegatinas sobre los días gato. Horas después, sus párpados colocan el cartel de cerrado por reforma. Disculpen las molestias.
diez cocodrilos ... veinte cocodrilos

Eva sabe que en los sueños también puedes ver tu vida. Pero no es una película con créditos al final y banda sonora de acompañamiento.
Sus pequeños pies comienzan a caminar por una línea amarilla, junto a ella, millones de polaroids en fila se van sucediendo. cincuenta y dos cocodrilos, cincuenta y tres cocodrilos. Cuando nadie la ve, mete en su bolso rojo las imagines en rebajas y comienza a correr.
cien, ciento uno, ciento dos, ciento tres ...

Hay momentos en los que los cocodrilos son lo menos importante.

sábado, noviembre 12, 2005

lunes, noviembre 07, 2005

shhhh

Hubo otro tiempo en el que me gustaba el silencio y su sonido calmado. Siempre he pensado que es como el mar. Una playa vacía. Que va y viene. Y te relaja. Pero hay días de tormenta, en los que barcos repletos de marineros se hunden, y nadie vuelve a verlos. En esos días, el silencio me asusta.